La muerte... Un tema difícil de abordar. Un tema tabú aún socialmente. La muerte es siempre un suceso traumático para quien pierde un ser querido. Sea por accidente, enfermedad, asesinato, guerra, desastres naturales, etc. Es siempre traumático y devastador. Y más cuando le toca a uno de cerca. No hay nada más rompecorazón que eso. Tener que ver al ser querido en un ataúd por última vez y no verlo más, ni abrazarlo más, ni besarlo más. Ni poder decirle más cuánto lo(a) amas. Es un triste destino para todos, por pagar la desobediencia original (del origen del mundo), cuando Adán y Eva comieron el fruto prohibido. Por otra parte, viendo actualmente, la maldad en el mundo, se imaginarían si fuéramos inmortales y malos?
La muerte es siempre triste, aunque a veces, es un toque de "alivio" del sufrimiento. Quien sufría en vida, ya no sufre más dolores ni dramas. Sufren también los familiares que quedan. Cada duelo es un proceso personal y cada quien lo vive a su manera. El duelo no es un proceso que pueda superarse de un día para otro. Imposible! Lleva tiempo y el dolor aunque más mitigado, siempre se lleva en el corazón.
Ninguna riqueza en el mundo puede compensar la muerte de alguien. Solamente Dios puede ofrecer consuelo y sanar el corazón, poder sobrellevar la pena por estas pérdidas.
Jesús mismo experimentó la muerte y al tercer día resucitó. Pues es una esperanza real para la resurrección futura cuando Él venga por segunda vez.
Siempre leo y me acuerdo de la profecía del profeta Ezequiel: El valle de los huesos secos (Ezequiel 37: 1-13), que nos otorga una gran esperanza real para los muertos creyentes en Cristo, que volveremos a la vida nuevamente. Jesús dijo: Quien cree en Mí, aunque esté muerto, vivirá...(San Juan 11:25)
Es difícil acostumbrarse a la idea, asumir que moriremos y también experimentar pérdidas de seres queridos. Porque el destino original en principio, no era morir. En nuestro corazón de la humanidad estaba implantado la eternidad (Eclesiastés 3:11).
La muerte no es el final. Para los creyentes en Dios.
Siempre aferrémonos a Dios, también en el duelo.
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